Política y Ciudadanía 5°2°
Escuela
Secundaria Nº 62
Materia
Política y Ciudadanía
Profesora Gabriela De Irureta
Cursos
5 “2da”
Material
y trabajo practico para continuidad pedagógica. Lecturas
sobre de Día Internacional del Trabajador Fuentes Diario La Nación.
Www.elhistoriador.com.ar
Tema:
Día Internacional del Trabajador
Trabajo
Practico Nº 4
Leer con detenimiento el material.
1.- Siguiendo la lectura realiza la
cronología de los acontecimientos ocurridos que desencadenaron la fijación del
1 de mayo como el Día Internacional del Trabajador.-
2.- Realiza una reflexión sobre los
derechos del trabajador en la actualidad.-
¿Por qué se
conmemora el Día del Trabajador el primero de mayo?
El
Día
Internacional del Trabajador se celebra el 1° de mayo como recordatorio de las protestas
que se dieron en esa fecha en 1886, en Chicago, Estados Unidos.
Los reclamos de los trabajadores para establecer
una jornada laboral de 8 horas se pusieron de manifiesto en huelgas y
movilizaciones callejeras que se extendieron hasta el 4 de mayo cuando se
produjo la llamada Revuelta de Haymarket.
Esa movilización dejó como saldo
varios muertos, tanto de la policía como de los manifestantes, y la detención
de decenas trabajadores, entre los cuales cinco fueron ejecutados. De ahí que
la fecha sea un homenaje a Los mártires
de Chicago.
Los reclamos apuntaban a las pésimas
condiciones laborales que trajo la Revolución Industrial en Gran Bretaña
durante el siglo XVIII. De hecho, en 1884, en el cuarto congreso de la
Federación de Trabajadores de Estados Unidos y Canadá se convocó a los obreros
a reclamar por una jornada de ocho horas.
El lema, que se repitió también en
otros países, era: "Ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho
para la casa". Por ese entonces, era habitual que los empleados tuvieran
que cumplir con jornadas de 12, 16 y hasta 18 horas diarias.
Si bien en 1886, el presidente de
Estados Unidos, Andrew Johnson, promulgó la ley Ingersoll que estableció la
jornada de ocho horas de trabajo diario, hubo varios estados y empleadores que
la incumplieron.
Fue entonces, que diversas
organizaciones laborales y sindicales de Chicago - en su mayoría compuestas por
anarquistas, comunistas y socialistas- iniciaron una huelga el 1º de mayo de
1886 en la que participaron más de 80.000 trabajadores.
Luego, el conflicto se fue extendiendo
a otras ciudades de Estados Unidos y más de 400.000 obreros en 5000 huelgas
simultáneas entraron en paro. En los días posteriores hubo enfrentamientos
entre los trabajadores y la policía que culminaron con seis personas muertas
por la represión policial el 3 de mayo en las puertas de la fábrica McCormick.
El punto de inflexión llegó el 4 de mayo, día conocido como la masacre de
Haymarket.
En aquella jornada, una persona cuya
identidad se desconoce, hizo explotar una bomba que mató e hirió a 67 policías,
siete de los cuales murieron. Las fuerzas de seguridad entonces respondieron
con disparos de armas de fuego hacia los trabajadores, con el saldo de varios
de ellos muertos y otros tantos heridos.
El Gobierno declaró el estado de sitio
y el toque de queda; con esa medida los paros cesaron y en los días siguientes
las autoridades detuvieron a numerosos huelguistas.
El 21 de junio de 1886, comenzó el
juicio a 31 obreros acusados de haber sido los responsables del conflicto, de
los que luego quedaron ocho. Todos condenados: dos a cadena perpetua, uno a 15
años de trabajos forzados y cinco a la muerte en la horca. Ellos se conocieron
como Los Mártires de Chicago.
En 1887, el nuevo gobernador de
Illinois, criticó el juicio y perdonó a los sindicalistas que se encontraban en
prisión. En 1889, el congreso de París de la Segunda Internacional acordó
celebrar el Día Internacional del Trabajador el 1° de mayo, para conmemorar a
los "Mártires...".
Paradójicamente, en Canadá y Estados
Unidos, el Día del Trabajador no se conmemora el 1ro de mayo. Si bien ambos
país fueron determinantes en el reclamo que derivó en la popular fecha, allí
tienen el Labor Day, que se celebra el primer lunes de septiembre.
Fuente Diario La Nación
Mártires de Chicago – El crimen cometido en nombre de la ley y
el tardío «perdón absoluto» para tres de los condenados
A fines de abril de 1886, un grupo de obreros
anarquistas lanzó en Chicago una campaña para lograr la jornada de ocho horas.
Era común por aquel entonces que los obreros trabajaran 14, 16 y hasta 18 horas
diarias. A la histórica manifestación, celebrada el 1º de mayo, concurrieron
casi 200.000 personas. Siguieron nuevas movilizaciones los días 2 y 3 de mayo,
que fueron brutalmente reprimidas. El 4 de mayo los trabajadores se
manifestaron cerca del Haymarket Square (Plaza del Mercado del Heno) en
protesta por la violencia desatada contra ellos. La manifestación, que contaba
con el permiso de las autoridades, se llevó a cabo en forma pacífica, pero a su
término la policía arremetió contra los que aún quedaban concentrados e intentó
dispersarlos. Alguien arrojó una bomba y murieron varios uniformados.
Inmediatamente, se desató la furia policial y en pocos minutos los muertos se
contaban por docenas. Pronto se declaró el estado de sitio y se detuvo a
centenares de obreros, entre ellos a algunos líderes anarquistas.
Inicialmente quedaron imputadas
treinta y una personas, pero finalmente los acusados fueron ocho: Adolph
Fischer, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael
Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe, todas destacadas figuras de la
Internacional. (Asociación Internacional de Trabajadores)
El juicio, que comenzó el 21 de junio,
fue una farsa desembozada. El juez dispuso que fuese colectivo, lo que
constituía una anomalía que permitía la inclusión de todo tipo de pruebas
contra los acusados. Los miembros del jurado no fueron elegidos mediante el
procedimiento usual. Fueron seleccionados por un funcionario estatal y
confirmados como jurados incluso después de manifestar abiertamente que tenían
una opinión formada contra los acusados, algo inadmisible en un juicio
imparcial. Uno de ellos confesó incluso que era pariente de una de las personas
heridas por la bomba.
Durante el juicio no se logró la
identificación de la persona que arrojó el artefacto explosivo. Por lo tanto
resultó imposible establecer los vínculos entre éste y los imputados. Pero esto
no pareció importar demasiado. Se intentaba escarmentar en estos ocho acusados
a la clase trabajadora en su conjunto. El fiscal Grinnel lo expuso sin tapujos
en su arenga final el 11 de agosto de 1886: “Estos hombres han sido
seleccionados porque fueron líderes. No fueron más culpables que los millares
de sus adeptos. Señores del jurado: ¡declarad culpables a estos hombres, haced
escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a
nuestra sociedad!”
El 28 de agosto el jurado dictó
sentencia. Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel debían ser
colgados, en tanto Neebe fue condenado a 15 años de prisión. Pero Fielden y
Schwab solicitaron el perdón al entonces gobernador de Illinois, Oglesby, quien
accedió a conmutarles la pena por prisión perpetua. Los otros cinco exigieron
la libertad o la muerte.
El 11 de noviembre de 1887 cuatro
de ellos –Parsons, Spies, Fischer y Engel- fueron ahorcados. Lingg se había
suicidado el día anterior, aunque existen dudas sobre si se trató de un
suicidio voluntario. No tardarán en ser recordados como los “mártires de
Chicago”.
Años más tarde John Peter Altgeld
asumió como gobernador de Illinois. Ante una petición formal de indulto,
firmada por 60.000 personas, el flamante gobernador investigó los hechos y se
llenó de horror. Se trataba de una farsa premeditada, un crimen cometido en
nombre de la ley.
Compartimos aquí las palabras de
Altgeld al otorgar el “perdón absoluto” a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael
Schwab el 26 de junio de 1893. El texto desnuda minuciosamente las
irregularidades del proceso que castigó a ocho anarquistas por un delito que no
cometieron.
Fuente: Lucy E.
Parsons, Gov. John P. Altgeld’s pardon of the anarchists and his masterly
review of the Haymarket riot, Chicago, Lucy E. Parsons Publisher,
págs. 286-310. Traducción: Mariana Pacheco para El Historiador.
En la noche del 4 de mayo de 1886,
se llevó a cabo una manifestación en la plaza Haymarket, en Chicago; había
entre 800 y 1000 personas, la mayoría trabajadores. Fue convocada como
protesta ante la presunta brutalidad policial contra los obreros que intentaban
obtener la jornada de ocho horas. En un enfrentamiento habían muerto varias
personas.
La reunión (del 4 de mayo) fue
pacífica y contó con la presencia del alcalde, quien se quedó hasta que la
multitud comenzó a dispersarse, y luego se retiró. Cuando el capitán John
Bonfield, del departamento de Policía, supo que el alcalde se había ido, se
dirigió con un destacamento de la policía al lugar de reunión con el propósito
de dispersar a los pocos que aún quedaban. Mientras la policía se acercaba al
lugar, un desconocido arrojó una bomba, que al explotar dejó a muchas personas
heridas y mató a varios policías; uno de ellos era Mathias Degan.
Varias personas fueron detenidas, y
al cabo de un tiempo, Augusto Spies, Albert R. Parsons, Louis Lingg, Michael
Schwab, Samuel Fielden, George Engel, Adolph Fischer y Oscar Neebe fueron
acusados del asesinato de Mathias Degan. La fiscalía no pudo identificar a la
persona que arrojó la bomba ni logró llevar ante la justicia al verdadero
culpable, y, como algunos de los acusados no habían participado en la
manifestación de Haymarket ni tenían nada que ver con ella, la fiscalía se vio
obligada a proceder sobre la teoría de que los acusados eran culpables de
asesinato –según se adujo- porque en varias oportunidades en el pasado habían
prácticamente instigado, en lenguaje incendiario y sedicioso oral e impreso, al
asesinato de policías, de los hombres de Pinkerton y de otros que desempeñaban
cargos similares, y que eran, por lo tanto, responsable del asesinato de
Mathias Degan.
Había una gran agitación en la
opinión pública, y tras un juicio prolongado, todos los acusados fueron
declarados culpables; Oscar Neebe fue condenado a quince años de cárcel y todos
los demás fueron condenados a la horca.
El caso fue elevado a la Corte
Suprema, que en el otoño de 1887 confirmó la sentencia. Poco después Lingg se
suicidó. La sentencia de Fielden y Schwab fue conmutada por la de cadena
perpetua, mientras que Parsons, Fischer, Engel y Spies fueron ahorcados; hay
ahora peticiones que intentan que se conceda la libertad a Neebe, Fielden y
Schwab.
Los varios miles de comerciantes,
banqueros, jueces, abogados y otros ciudadanos prominentes de Chicago que
solicitaron el indulto ejecutivo, mediante cartas, peticiones y otras vías, lo
han hecho suponiendo que los imputados son culpables, pero creyendo que ya han
recibido suficiente castigo; sin embargo, muchas personas que analizaron el
caso con más cuidado, y que, estando más familiarizadas con los expedientes y
con los hechos que arrojan los archivos, presentan fundamentos muy distintos.
Ellos aseguran:
Primero. Que el jurado que juzgó el
caso fue seleccionado y formado con la intención manifiesta de condenar a los
acusados.
Segundo. Que los miembros del
jurado, de acuerdo a lo que ellos mismos manifestaron, no eran competentes, por
lo que el proceso carece de legalidad.
Tercero. Que los acusados no fueron
encontrados culpables del crimen del que se los acusaba.
Cuarto. Que el fiscal declaró que no
había pruebas para procesar a uno de los acusados, Neebe, a pesar de lo cual se
lo mantuvo en la cárcel durante todos estos años.
Quinto. Que el juez de primera
instancia, ya sea por estar predispuesto contra los acusados o bien por
procurar conquistar los aplausos de una determinada clase de la comunidad, no
logró garantizar un juicio justo.
Respecto a la cuestión de que los
condenados han recibido ya suficiente castigo, me limitaré a decir que el poder
ejecutivo no debería intervenir, de haber tenido un juicio justo y de no haber
aparecido evidencias de que no eran culpables del crimen del que se los
acusó. (…)
¿Hubo parcialidad en la elección
del jurado?
Los registros del proceso muestran que el jurado no se formó como se hace usualmente…. (…) El juez designó a un tal Henry P. Ryce, agente judicial especial, para citar a los individuos que servirían como miembros del jurado. (…) En la página 134 del tomo primero del expediente, consta que cuando se habían completado las dos terceras partes del jurado, el abogado defensor llamo la atención del tribunal respecto al hecho de que Ryce convocaba únicamente a hombres con prejuicios. Además, se destaca que se convocaba únicamente a hombres pertenecientes a determinadas clases, como empleados, comerciantes, fabricantes, etc.
Los registros del proceso muestran que el jurado no se formó como se hace usualmente…. (…) El juez designó a un tal Henry P. Ryce, agente judicial especial, para citar a los individuos que servirían como miembros del jurado. (…) En la página 134 del tomo primero del expediente, consta que cuando se habían completado las dos terceras partes del jurado, el abogado defensor llamo la atención del tribunal respecto al hecho de que Ryce convocaba únicamente a hombres con prejuicios. Además, se destaca que se convocaba únicamente a hombres pertenecientes a determinadas clases, como empleados, comerciantes, fabricantes, etc.
La declaración jurada de Otis S. Favor,
uno de los empresarios de más reputación de Chicago, constituye otra prueba de
la conducta impropia de Ryce (…) En ella jura que conoce muy bien a Henry
L. Ryce, del condado de Cook, Illinois, alguacil especial encargado de citar a
los miembros del jurado… (…) . Que conversando con Ryce cuando este ejercía sus
funciones especiales, Ryce le dijo: «Yo estoy manejando este caso y sé lo que
hago. La ejecución de estos individuos en la horca es tan segura como la
muerte. Estoy convocando a hombres que la defensa tendrá que recusar hasta
agotar su tiempo y sus recusaciones. Entonces tendrá que aceptar los hombres
que el fiscal quiera.» (…) (Favor) hizo esta declaración en noviembre de 1887.
(…)
Según se desprende del expediente,
se examinaron 981 individuos; la mayoría eran empresarios u hombres sugeridos
por empresarios.
¿Hay evidencias de culpabilidad?
El Estado nunca encontró a los responsables de arrojar la bomba que mató al policía, y la evidencia no demuestra ninguna conexión entre los acusados y el hombre que la arrojó. El juez que intervino en la causa se manifestó de la siguiente manera tanto al denegar la moción para una nueva audiencia como en un artículo publicado recientemente en una revista: “Los acusados no fueron condenados por haber tenido alguna participación en el acto específico que causó la muerte de Degan; fueron condenados porque ellos en general en sus discursos y en sus impresos, habían aconsejado a grandes cantidades de personas, no a individuos particulares, sino a grandes cantidades, cometer asesinato, y habían dejado la concreción de tal crimen -la hora, el lugar y el momento- a voluntad y capricho de la persona que escuchaba tal consejo, y como consecuencia de tal consejo, siguiendo tal consejo e influenciado por tal consejo, alguien a quien no conocemos sí arrojó la bomba que causó la muerte de Degan. Ahora, si esto no es un principio del derecho, entonces, por supuesto, los acusados tienen derecho a un nuevo juicio. Este caso no tiene precedente; no hay jurisprudencia de un caso de este tipo”.
El Estado nunca encontró a los responsables de arrojar la bomba que mató al policía, y la evidencia no demuestra ninguna conexión entre los acusados y el hombre que la arrojó. El juez que intervino en la causa se manifestó de la siguiente manera tanto al denegar la moción para una nueva audiencia como en un artículo publicado recientemente en una revista: “Los acusados no fueron condenados por haber tenido alguna participación en el acto específico que causó la muerte de Degan; fueron condenados porque ellos en general en sus discursos y en sus impresos, habían aconsejado a grandes cantidades de personas, no a individuos particulares, sino a grandes cantidades, cometer asesinato, y habían dejado la concreción de tal crimen -la hora, el lugar y el momento- a voluntad y capricho de la persona que escuchaba tal consejo, y como consecuencia de tal consejo, siguiendo tal consejo e influenciado por tal consejo, alguien a quien no conocemos sí arrojó la bomba que causó la muerte de Degan. Ahora, si esto no es un principio del derecho, entonces, por supuesto, los acusados tienen derecho a un nuevo juicio. Este caso no tiene precedente; no hay jurisprudencia de un caso de este tipo”.
Sin dudas, el juez decía la verdad
cuando declaraba que este caso no tiene precedentes, y que no había ningún
ejemplo en los códigos de leyes que aplicara la ley en el sentido declarado
aquí arriba. Porque, en todos los siglos durante los cuales los hombres se han
dado gobiernos y el crimen fue castigado, nunca antes un juez de un país
civilizado ha establecido semejante ley.
Quienes defienden a los acusados y
peticionaron por ellos sostienen que la ley se aplicó en este caso de este modo
sencillamente porque la fiscalía, al no haber descubierto al verdadero
criminal, no habría podido condenar a nadie, que este curso de acción se
determinó para aplacar la agitación pública y que por los mismos motivos se
permitió que el juicio continuara.
No voy a discutir esto. Pero aun
aceptando la ley en el sentido arriba expuesto, era necesario probar –fuera de
toda duda razonable- que la persona que cometió el atentado había oído o leído,
por lo menos, el consejo, porque si no lo oyó ni lo leyó, no puede decirse que
lo recibió…
También destacan que toda los
argumentos que se encuentran en el expediente, muy citados por el juez en su
artículo para demostrar el uso de un lenguaje sedicioso e incendiario por parte
de los acusados reviste muy poca importancia cuando se considera la fuente de
donde proviene; los dos periódicos en los que algunos artículos aparecieron a
intervalos durante algunos años eran hojas oscuras que apenas tenían
circulación.
Respecto a la gigantesca
conspiración anarquista, no merece una consideración seria, teniendo en cuenta
que a las reuniones que tenían lugar a la orilla del lago durante el verano,
convocadas por estos agitadores, solo concurrían unas cincuenta personas…
Se destaca, además, que esta bomba
fue arrojada, muy probablemente, por alguien que buscaba venganza personal; que
las autoridades se habían conducido de modo tal que era natural que sucediera
eso; que algunos años antes del asunto Haymarket había habido agitación obrera
y que, en varias oportunidades, trabajadores inocentes habían sido asesinados a
sangre fría por los hombres de Pinkerton, sin que la justicia castigase a los
asesinos; (…) que en Chicago había habido varias huelgas en que la policía, (…)
sin ninguna autorización, invadió y dispersó reuniones pacíficas, y en muchos
casos apaleó brutalmente a hombres inocentes. (…)
Señalan además que en la primavera
de 1886 hubo más agitación obrera en la fábrica Mc Cormick; que bajo la
dirección del capitán Bonfield, las brutalidades del año anterior se
multiplicaron; que la policía cometió asesinatos sin ningún tipo de provocación
y sin que se hiciera la más mínima investigación. (…)
Señalan también que gran parte de la
evidencia presentada en el juicio fue pura invención; que algunos prominentes
oficiales de policía no sólo aterrorizaron a hombres inocentes, encerrándolos
en la cárcel y amenazándolos con la tortura si se negaban a jurar lo que ellos
deseaban, sino que hasta llegaron a ofrecer dinero y empleo a los que accedían
a hacer esto. Además, planificaron deliberadamente montar falsas conspiraciones
para tener la “gloria” de descubrirlas.
También hacen referencia a varios
documentos, entre ellos una entrevista al capitán Ebersold, publicada en el
Daily News (Diario de Noticias) de Chicago, el 10 de mayo de 1889. Ebersold era
jefe de la policía de Chicago cuando tuvieron lugar los sucesos de Haymarket.
Entre otras cosas dice: «Después de que aniquilamos las sociedades anarquistas,
Schaack quiso enviar agentes que organizasen nuevas sociedades. Quería tener la
cosa en ebullición para conservar su prominencia ante el público. Yo me negué».
Esto es de suma importancia, por
cuanto arroja luz sobre toda la situación y destruye gran parte de la fuerza
del testimonio presentado en el juicio.
Los hechos tienden a demostrar que
la bomba fue arrojada por una persona que procuraba una venganza personal, y
que el fiscal nunca descubrió quién la arrojó, y la evidencia no prueba en
absoluto que el hombre que la arrojó haya leído u oído una palabra de los
acusados; (…) por lo tanto no había pruebas para procesar a los acusados…
Fielden y Schwab
Durante el juicio detectives y policías dijeron bajo juramento que durante la manifestación de Haymarket el acusado Fielden prorrumpió en amenazas de muerte en el momento en que llegaba la policía (…) y un policía jura que Fielden sacó un revólver y disparó contra la policía antes de que se arrojara la bomba…
Durante el juicio detectives y policías dijeron bajo juramento que durante la manifestación de Haymarket el acusado Fielden prorrumpió en amenazas de muerte en el momento en que llegaba la policía (…) y un policía jura que Fielden sacó un revólver y disparó contra la policía antes de que se arrojara la bomba…
Pero algunos periodistas, que el
estado llamó como testigos, dijeron que Fielden no hizo tales amenazas, ni usó
ningún revólver. (…) Si quedaba alguna duda sobre las pruebas contra
Fielden éstas fueron disipadas por el juez Gary y el fiscal Grinnell del
Estado. (…)
En el otoño de 1887, algunos de los
empresarios más destacados de Chicago se reunieron para consultar si debían
solicitar un indulto para alguno de los condenados. El Sr. Grinnell estaba
presente y manifestó que tenía serias dudas sobre si Fielden tenía un revólver
en aquella ocasión, e incluso sobre si alguna vez había tenido uno.
Sin embargo, durante la primavera
anterior, ante la Corte Suprema, se había hecho mucho hincapié en las pruebas
relacionadas con lo que Fielden había hecho en la reunión Haymarket.
Resulta evidente que no había
pruebas contra Fielden por algo que hubiera sucedido aquella noche, y como
queda demostrado, para ser considerados culpables él y los demás acusados por
las consecuencias y efectos de instigación perniciosa y criminal a la violencia
ante grandes masas, ya fuera en discursos o impresos, debe demostrarse que la
persona que cometió el atentado haya leído u oído tal instigación: porque no
puede decirse que el culpable actuó bajo tal instigación si nunca la recibió.
Declaraciones del fiscal sobre la
inocencia de Neebe
El honorable Carter H. Harrison, entonces alcalde de Chicago, y el Sr. F. S. Winston, procurador general de Chicago, tuvieron una conversación con el fiscal Grinell respecto a la evidencia contra Neebe. Según los señores Harrison y Winston, el fiscal manifestó que no creía que hubiese pruebas contra Neebe, y que quería dejarlo fuera del proceso, pero que sus colegas lo disuadieron por temor a que semejante paso influyera al jurado en favor de los demás acusados.
El honorable Carter H. Harrison, entonces alcalde de Chicago, y el Sr. F. S. Winston, procurador general de Chicago, tuvieron una conversación con el fiscal Grinell respecto a la evidencia contra Neebe. Según los señores Harrison y Winston, el fiscal manifestó que no creía que hubiese pruebas contra Neebe, y que quería dejarlo fuera del proceso, pero que sus colegas lo disuadieron por temor a que semejante paso influyera al jurado en favor de los demás acusados.
He analizado cuidadosamente toda la
evidencia que existe contra Neebe y no pude hallar ni la sombra de un
cargo contra él. Algunos de los otros acusados eran culpables de utilizar un
lenguaje sedicioso, pero ni siquiera esto puede atribuirse a Neebe.
Prejuicios o complacencia del
juez
Los que defienden a los prisioneros también manifiestan con amargura que consta en el expediente que el juez condujo el juicio con una ferocidad maliciosa y forzó a los ocho hombres a ser juzgados en conjunto; que en el interrogatorio de los testigos provistos por el Estado, el juez obligó a la defensa a limitarse a ciertos puntos específicos, mientras que al interrogar a los testigos de los acusados permitió que la fiscalía inquiriera sobre temas totalmente ajenos a las hechos; también manifiestan que a lo largo del juicio todos los dictámenes fueron favorables al Estado. Además, folio tras folio el expediente contiene insinuaciones del juez, con la evidente intención de alinear al jurado con su particular punto de vista, y que estas exposiciones, que provenían del juez, fueron mucho más perjudiciales que cualquier arenga del fiscal del Estado; que el fiscal a menudo se inspiró en el ejemplo del juez en sus exposiciones. (…)
Los que defienden a los prisioneros también manifiestan con amargura que consta en el expediente que el juez condujo el juicio con una ferocidad maliciosa y forzó a los ocho hombres a ser juzgados en conjunto; que en el interrogatorio de los testigos provistos por el Estado, el juez obligó a la defensa a limitarse a ciertos puntos específicos, mientras que al interrogar a los testigos de los acusados permitió que la fiscalía inquiriera sobre temas totalmente ajenos a las hechos; también manifiestan que a lo largo del juicio todos los dictámenes fueron favorables al Estado. Además, folio tras folio el expediente contiene insinuaciones del juez, con la evidente intención de alinear al jurado con su particular punto de vista, y que estas exposiciones, que provenían del juez, fueron mucho más perjudiciales que cualquier arenga del fiscal del Estado; que el fiscal a menudo se inspiró en el ejemplo del juez en sus exposiciones. (…)
Estas acusaciones son de carácter
personal, y aunque parecen respaldadas por los expedientes del juicio y por los
documentos que tengo ante mí y tienden a demostrar que los acusados no tuvieron
un juicio justo, no creo necesario seguir discutiendo este aspecto del caso.
Estoy convencido de que es mi deber ttragediomar partido por las razones
expuestas y, por lo tanto, concedo el perdón absoluto a Samuel Fielden, Oscar
Neebe y Miguel Schwab, hoy 26 de junio de 1893.
26 de junio de 1893. John P.
Altgeld.
Comentarios
Publicar un comentario